El uso de gasoductos, tensado por la guerra de Ucrania, es reemplazado por la llegada cada vez mayor de metaneros, más volátiles y caros
La economía necesita gas. No solo en esta época del año para calentar las casas, aunque el invierno esté llegando a su final. También para que funcionen buena parte de las industrias. Y, sobre todo, para encender la luz. Porque un 25% de la demanda eléctrica se vale ahora de la electricidad que llega desde los ciclos combinados, que usan gas. Pero España no lo tiene. Y cada vez que surge un conflicto internacional, la economía se echa a temblar.
Está ocurriendo estos días tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia. De esa zona de Europa del Este llega un 40% del gas que consumen los europeos. A España solo le llega un 5% de ese país. Pero ya sabe lo que es ver tensar el suministro tras otro conflicto, el que enfrentó a Argelia y Marruecos en verano. Esa tensión se saldó con el cierre del gasoducto del Estrecho de Gibraltar, el gran punto de acceso. Si a España no le llega material por esa vía, ¿qué puede hacer?
La reconfiguración de la forma en la que el gas llega a cada hogar, empresa o gran industria ha cambiado por completo en estos meses. Hasta enero, el 68% de gas que recibía España lo hacía a través de buques metaneros. Un año antes, esta vía solo representaba un 45% del total. Ese repunte de buques arribando a alguna de las seis grandes regasificadoras de los puertos ha ido en detrimento de la materia prima que llega a través de los dos gasoductos. Representan ahora un tercio del total, según Enagás. Hace un año, aportaban un 55% de lo que precisaba el país.
Ni los ciudadanos ni los trabajadores ni los empresarios han notado ese cambio… salvo en sus recibos. Porque el uso de metaneros garantiza el suministro, pero no resulta económicamente baladí. «Al final con el metanero el gasto de transporte es mucho más caro porque conlleva diferentes tipos de procesos que no son necesarios con un gasoducto», explica esponsable de inversión de UBS en España, Roberto Scholtes. «Esta opción supone un incremento de gastos de entre un 20% y un 30% más», apunta.
Cambios de ruta imprevisto
El mercado de buques con gas natural licuado (GNL) implica, en realidad, un mercadeo por las propias características de los contratos que tienen firmados. Estos buques cuentan con una flexibilidad casi absoluta. Pueden hasta cambiar de rumbo en medio de una travesía para dirigirse a un destino distinto al que tenían programado, si les han ofrecido más dinero por su material. Una parte de esos metaneros trabajan con contratos a largo plazo. Pero otros lo hacen a corto. Son los ligados a los precios de referencia de mercados como el europeo (a través de TTF, en Ámsterdam) con variaciones al minuto y que hacen virar los motores hacia el Atlántico, el Pacífico o el Índico, según les convenga. El pasado jueves, durante las primeras horas de la intervención militar rusa, el gas del TTF llegó a repuntar un 60% en unas horas (hasta los 140euros/MWh), aunque pocas horas después ‘solo’ subía un 30%. Al día siguiente, se desplomó un 20%.
El proceso es complejo, aunque desde Enagás –propietaria de la mayor parte de las regasificadoras– apuntan que se garantiza el suministro. El gas se transporta en metaneros a 160 grados bajo cero en estado líquido y se descarga en las plantas. Mediante vaporizadores se aumenta la temperatura del gas natural licuado y se transforma en gaseoso. A partir de ahí se distribuye por toda la red.
La llegada de estos barcos también está reconfigurando el país de origen. Frente al Magreb –el histórico suministrador– ahora el gas procede de Estados Unidos (un tercio del total); seguido de Argalia (por el gasoducto, con un 25%);y Nigeria (13%). Pero están entrando con fuerza otros productores hasta ahora aislados de la Península Ibérica, como Omán (ha pasado del 0,5% al 5% en un año) o Egipto (ha triplicado su aportación).
Varios tipos de acceso
En este contexto, Carlos Solé, socio responsable de Energía y Recursos Naturales de KPMG, considera que España está «en una posición privilegiada siendo uno de los países del mundo con mayor diversificación para la entrada de gas desde cualquier punto del mercado internacional». «Es una situación que contrasta con la de los países del centro de Europa que tienen una mayor dependencia del gas procedente de Rusia», recuerda este experto.
A la economía no le queda otra opción que seguir contando con el gas para diversos procesos. De hecho, el Plan Nacional de Energía y Clima mantiene en 27 GW la potencia instalada de ciclos, prácticamente el mismo nivel que el actual. Dentro del proceso de transición energética hacia la sostenibilidad, Marie Vandersniche, responsable del área de Investigación de EsadeGeo, apunta que harán falta, entre otras actuaciones, «cambios de infraestructura, sobre todo en sectores industriales que requieren altas temperaturas para sus procesos de manufactura».
Otro debate será el impacto del gas en cómo se calcula la factura de la luz. «No es descartable una revisión y adecuación del sistema marginalista de precios de la electricidad a nivel europeo, como ya están sugiriendo gobiernos como el español», tal y como explica Javier Lamo, profesor del IEB y miembro de Eolia Renovables. Pero la UE aún no ha dado una respuesta para dejar de depender de este coste del gas.
Fuente: elcorreo.com