Europa cambió para siempre el 24 de febrero de 2022. Aquel día, con el estallido de la guerra de Ucrania, comenzó una crisis que derrumbó las antiguas certezas sobre el suministro energético del continente. El gas ruso, barato y abundante, ha dejado de ser una opción segura, y los países de la UE se han lanzado a la carrera para encontrar nuevas fuentes de energía.

“Este año ha sido un recordatorio muy doloroso de la dependencia tan grande que aún tienen nuestras economías de los combustibles fósiles, y de los orígenes de estos combustibles fósiles”, explica a RTVE.es Alejandro Núñez-Jiménez, investigador senior de Política Energética del Instituto Federal de Tecnología de Zúrich.

La crisis actual, continúa, tiene muchas similitudes con la del petróleo en los años 70, cuando también Europa se tuvo que enfrentar a la escasez repentina de un combustible fósil clave. “El shock para la Unión Europea es muy fuerte. Va a haber un antes y un después muy claro”, como ocurrió también en aquel momento, asegura. Pero la “gran diferencia” respecto a aquella crisis “es que en los 70 no existían alternativas, más allá quizás de la energía nuclear”, mientras que “ahora contamos con tecnologías renovables, que pueden instalarse a gran escala rápidamente para sustituir los combustibles fósiles.

Carrera contrarreloj para sustituir el gas ruso

Bruselas quiso abandonar rápidamente la dependencia de Moscú, que proporcionaba antes de la guerra un 40% del gas que consumía la UE, un 65% en el caso de Alemania y del 100% en algunos países. Para ello, buscó alternativas inmediatas, como el gas natural licuado (GNL) que llega en barcos metaneros, procedente de Estados Unidos o el Golfo Pérsico en su mayor parte.

Los Veintisiete han logrado compensar en ocho meses la pérdida de un 80% del gas que llegaba de Rusia a través de tuberías y sin sufrir apagones, algo “extraordinario”, según defendía hace unas semanas la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Lo han hecho llenando los almacenes de gas a un ritmo inusitado, hasta más del 90% de su capacidad, lo que está permitiendo afrontar este invierno sin temor a que se agoten.

A la vez, Europa ha optado por acelerar la transición hacia las energías renovables, con las que la quiere garantizarse la independencia energética a largo plazo, a través del plan REPowerEU. Para Núñez-Jiménez, la crisis ha dejado en este sentido “lecciones positivas”. “Quizás a corto plazo quede un poco difuminado por la rapidez de los eventos, pero creo que sí que hay una tendencia a una mayor coordinación a nivel europeo que puede tener unas implicaciones muy importantes. A veces es cierto que hacen falta estas crisis para traer nuevas ideas”, defiende.

¿Acelerar la transición a las renovables o volver a quemar carbón?

Sin embargo, entre los ecologistas y algunos expertos cunde la preocupación porque la apuesta por el GNL en el corto plazo pueda “hacer descarrilar los objetivos climáticos” de la Unión, que se ha marcado el objetivo de reducir las emisiones un 55% de aquí a 2030, según la organización Global Energy Monitor. Berlín, la potencia más expuesta al gas ruso, acaba de construir su primera regasificadora flotante, a la que se unirán otras cuatro a lo largo del año que viene. Además, ha firmado un acuerdo con Catar para importar GNL durante 15 años a partir de 2026.

También han levantado las alarmas la vuelta al carbón, el combustible fósil más contaminante de todos. En España ha reabierto temporalmente la central de As Pontes, Alemania también ha retrasado el cierre de varias plantas y Reino Unido se plantea incluso construir una nueva. “Son cosas coyunturales. Cuando la situación aprieta se utiliza todo lo disponible, pero esto no implica un cambio de políticas en absoluto”, considera José Luis Sancha, ingeniero eléctrico del Instituto de Investigación Tecnológica de la Universidad de Comillas

Para Francisco Valverde, de la consultora Menta Energía, no es incompatible esta doble apuesta. “Una cosa no quita la otra. Tú puedes quemar ahora más gas o más carbón, pero acelerar en la medida de lo posible el desarrollo de renovables, que son las que al fin y al cabo traerán independencia”. “Donde se ve claramente que sí se quiere” avanzar hacia las renovables, asegura, “es que no solo hay ganas de poner más, sino que hay ganas de facilitar que la que se ponga lo haga lo más rápido posible, quitando mucha carga burocrática”.

Estas trabas administrativas, son, a la vez, un problema para un despliegue rápido de estas tecnologías, y un síntoma de un cambio de fase, señala por su parte Núñez-Jiménez. “Hace unos años, el problema era que no había demanda suficiente para algunas tecnologías, ahora el problema es que las administraciones no tienen capacidad suficiente para procesar las peticiones de proyectos”.

Para este investigador, “el único punto donde puede ser más problemática” esta vuelta a los combustibles fósiles “es si se construye nueva infraestructura, porque para ello se van a hacer unas inversiones, y va a ser difícil justificar que se vuelvan a cerrar muy rápidamente”.

España, de isla energética a proveedor de hidrógeno a Europa

Por el momento, la expansión de las renovables avanza viento en popa en el continente. Europa ha logrado este 2022 un récord en la instalación de energía solar, superando por primera vez los 200 GW de capacidad instalada, casi un 50% más que el año anterior, según la asociación Solar Power Europe.

España ha logrado situarse como el segundo país con más capacidad, superando a Italia, mientras que la eólica va camino de acabar el año como la principal fuente de generación eléctrica, con casi un 22% del total. Esta rápida extensión no ha llegado sin polémica: asociaciones ecologistas y en defensa del territorio se han opuesto a los grandes parques proyectados sobre todo en la España vaciada, ya que suponen una amenaza al paisaje y a la biodiversidad, denuncian. 

Gracias a este gran potencial renovable, a su capacidad de regasificación del GNL (con seis terminales, tiene un tercio de la de todo el continente) y a su conexión con el Magreb, España ha querido cambiar su tradicional condición de isla energética para convertirse en un proveedor de energía clave para Europa.

Para ello, el Gobierno (con el apoyo de Bruselas y Berlín, interesado en reducir su dependencia del gas ruso), intentó reactivar en un primer momento el Midcat, el gasoducto que uniría España con Francia a través de Cataluña, y que doblaría la capacidad actual, muy reducida.

Tras la negativa de París, planteó la alternativa de un gasoducto submarino entre Barcelona e Italia, aunque se descartó rápido en favor de la opción definitiva: un conducto de hidrógeno por debajo del mar entre la capital catalana y Marsella. De BarMar pasó a llamarse H2Med, y recibió la bendición de Bruselas en un reciente acto en Alicante, cuando von der Leyen auguró que la Península Ibérica se convertiría con este proyecto en “uno de los principales hubs energéticos de la Unión Europea”.

El año del hidrógeno

El anuncio del ‘hidroducto’ plantea la cuestión sobre cuál será el papel del hidrógeno verde, elaborado a partir de energías renovables, en el futuro energético del continente, cuando Europa se despida definitivamente de los combustibles fósiles.

“El hidrógeno tiene su papel, pero no va a ser el vector fundamental de la descarbonización. Ese vector será la electricidad y el hidrógeno tiene su papel donde esta no pueda llegar, cuando sea demasiado cara, etc.”, asegura Núñez-Jiménez. “España este año ha tenido muy buenas noticias”, como el anuncio de Cepsa para desarrollar en Andalucía el mayor proyecto de hidrógeno en Europa, o el de la naviera Maersk para desarrollar biocombustibles en nuestro país, y el H2Med “ayuda a consolidar esta tendencia”, apunta.

Sancha señala por su parte que “con el hidrógeno la posición ibérica es muy fuerte, porque sobre todo con la fotovoltaica tenemos una posición relevante en Europa”. El problema, añade, es que este combustible no sería una solución para la actual crisis, ya que no empezaría a construirse hasta 2025 y no funcionaría hasta 2030.

Europa, dividida sobre la energía nuclear

Aunque sobre el proyecto del H2Med hay consenso entre sus promotores sobre que solo transporte hidrógeno, España apuesta porque este sea solo verde -a partir de renovables-, mientras que Francia también quiere incluir el rosa -derivado de la nuclear-.

En plena crisis energética, París insiste en su decidida apuesta por la nuclear, que genera el 70% de la electricidad que consume, para asegurar su soberanía energética. Sin embargo, 2022 ha sido el annus horribilis de esta energía en el país vecino, con la mitad de los reactores parados, lo que ha disparado los precios y ha hecho real la amenaza de apagones.

Por otro lado, Alemania, que tenía previsto cerrar sus últimos dos reactores a final de año, ha retrasado varios meses el apagón para garantizar el suministro este invierno. Europa se debate entre recuperar una energía con fecha de caducidad en la mayoría de países tras los desastres de Chernóbil y Fukushima, y aquellos países partidarios de la nuclear han logrado un importante hito: incluirla, así como el gas, en la lista de inversiones verdes de la Unión Europea.

Un incierto 2023

Pese a la crisis provocada por la guerra de Ucrania, Europa ha conseguido sortear, de momento, los peores escenarios, los de escasez de gas y apagones. Lo ha hecho, eso sí, con una factura de un billón de dólares, según ha calculado la agencia Bloomberg. Y lo peor, según muchos analistas, está por venir.

2023 será “muy complicado”, según el investigador español en Zúrich, porque “es difícil imaginar un escenario donde el gas ruso vuelve a fluir hacia Europa”. Aunque los almacenes de gas siguen a un 80% de su capacidad, gracias a un otoño más cálido de lo normal y a los efectos de las medidas de ahorro, el problema vendrá cuando se vacíen y no haya gas ruso para llenarlo.

“La capacidad exportadora de gas natural licuado el año que viene será superior a este, lo cual facilitará las cosas, pero el mercado asiático, que ha estado deprimido en 2022 sobre todo por la política covid cero de China, es probable que no lo esté tanto en 2023, por lo que la competencia por ese suministro será mayor“, añade.

Con una guerra sin visos de terminar en el corto plazo, y un suministro por gasoducto no solo paralizado por decisiones políticas, sino incluso por sabotajes como el del Báltico, en lo que concuerdan los analistas es que difícilmente nada volverá a ser de aquel 24 de febrero.

Fuente: rtve.es